En el post anterior mencioné que había ilustrado y escrito un libro durante la pandemia, y que había enfrentado muchos contratiempos para poder publicarlo y ponerlo a la venta, y cómo todo eso me había llevado a trabajar con Jane Ruth para crear a Chalina la cerdita, y etc… También mencioné que a pesar de todas las decepciones que había enfrentado, no me iba a dar por vencida.
Y así fue. No me di por vencida, no iba a dejar que esa mala experiencia quebrantara mis sueños (aunque en verdad estuve a punto de quebrarme, ha sido un año muy difícil para muchos, y emocionalmente no podía lidiar con esa decepción). Luego de darme un tiempo para reflexionar, y con el apoyo de mi familia, pude dejar esa amargura atrás y buscar soluciones, opciones, oportunidades.
¡Y aquí está!
El libro fue inspirado cuando el año pasado, justo antes de la pandemia, fui teacher en un veranito llamado Rayuela, en el que le enseñábamos a los niños a divertirse al estilo de la vieja escuela; como cuando éramos chicos y jugábamos a saltar la rayuela, saltar soga, hacer búsquedas de tesoro, hacer manualidades, buscar piedras, hojas y palitos para construir lo que se nos ocurriera, y observar la naturaleza, y nos revolcábamos en la hierba, en la tierra, nos raspábamos, quedábamos sudados y sucios… Era lo mejor del mundo. Eso era lo que queríamos replicar con Rayuela. Diversión análoga.

En varias ocasiones teníamos que enseñarles a los niños a que no tenían que temerle a los bichos que encontrábamos, que no es correcto hacerles daño o matarlos, porque los bichos no les están haciendo nada, y se encuentran en su hábitat natural. “¿A tí te gustaría que llegara un gigante y apachurrara tu casa? Pues a las hormigas tampoco les gustaría.”
No es que yo no le tuviera miedo a los bichos cuando era chica, pero solo cuando entraban a la casa. Nadie quiere encontrarse con una araña gigante o una avispa en la tranquilidad de su hogar, pero poco a poco aprendí que aún así no hay que matarlos, que lo mejor es atraparlos y sacarlos de la casa sin hacerles daño, porque no lo hacen a propósito, no lo hacen por venir a molestar; tal vez buscaban refugio o algo de comer. Y así fui cambiando mi mentalidad.
(Excepto en cuanto a las cucarachas. Detesto las cucarachas.)
Hace poco tuve la oportunidad de entrevistar a una joven aracnóloga, quien me contó que desde chica le gustaban los animales, bichos, de todo, y particularmente las arañas le parecían fascinantes. “Mucha gente le teme a las cosas que se ven diferentes y las ven como algo feo y peligroso, y a veces le pasan estos prejuicios a los chicos crecen con temor a estos animales sin saber por qué…” me dijo en esa ocasión. “Sería muy lindo enseñarle a los chicos desde una edad temprana sobre los insectos y las arañas y que no tienen nada que temer.”
Ojalá hubiese sabido todo esto antes, ojalá hubiese tenido más curiosidad sobre las arañas y otros arácnidos, insectos y criaturas desde pequeña. Pero no es muy tarde aún para inculcarle esa curiosidad a mis sobrinos y a los niños y niñas en general. Hay tantas cosas que encontramos en la naturaleza que son muy curiosas, interesantes, fascinantes y sumamente importantes.

Durante la pandemia, cuando estábamos encerrados y no podíamos salir ni al parque, me di cuenta de esto. Me di cuenta de cuánto me hacía falta. Qué haríamos sin la naturaleza, qué sería de nosotros y de nuestro bienestar mental y emocional si no tuviésemos la posibilidad y la esperanza de retornar a ella cuando la situación mejorara y fuéramos libres nuevamente.
Por eso hice este libro, porque quería salir a la naturaleza nuevamente, porque extrañaba estar rodeada del sonido de pájaros, y ver las ardillas revoloteando en los troncos de los árboles, y escuchar al pájaro carpintero martillando las ramas de la acacia amarilla del parque, y ver mariposas visitar todas las flores silvestres que crecieron cuando no había nadie que cortara la hierba. Por suerte tengo un patio en mi casa, y todos los días viene un colibrí a visitar las florecitas diminutas de los sauces, y arañas saltarinas a construir sus telarañas entre las plantas, y moscardones a zumbar en la terraza. Todas las mañanas me despierta un bienteveo grande (Pitangus sulphuratus) con su peculiar canción.
Y en medio de tanta ansiedad, de tantas noticias atemorizantes y negativas, en medio de tanta incertidumbre y aislamiento, crear estas ilustraciones, inspirada por toda esa naturaleza que extrañaba fuertemente, me reconfortó.
Y finalmente puedo compartirlas con todo el mundo. Espero que les guste.
Le agradezco enormemente a mi papá, quien me ayudó tanto a poder sacar este proyecto adelante, y a mi mamá por el apoyo emocional extra. Ambos son mis mayores fans, todo lo que hago les gusta (no sé si son muy objetivos, jajaj, pero confío en ellos y en su honestidad).
A mi familia y amigos por sus palabras de aliento y por escucharme.
Y a mis sobrinos, Raúl y Elena, mi fuente de inspiración.
Espero crear muchas cosas más que le traiga felicidad a la gente, como crear este libro me trajo a mí.

Mira más de cerca
Autora: Vanessa Crooks
Ilustraciones: Vanessa Crooks
Detalles: tapa dura con sobrecubierta, 32 páginas, ilustraciones a color, en español
